Salón de té y sucursales

Desde 1936, San Camilo no ha parado de crecer y ha extendido su atención a 13 comunas de Santiago. Históricamente las sucursales y salones de té han sido lugares de encuentro y regocijo para los clientes que a la hora del desayuno, almuerzo y once quieren encontrarse con un pan humeante o un trozo de torta.

Las primeras sucursales que San Camilo estrenó se emplazaron cerca de su Casa Central, cerca de la concurrida Estación Central, en la época en que los trenes se detenían en ella y luego algunos continuaban recorrido por la calle Matucana hasta la hoy desaparecida Estación Yunga. La más antigua es la sucursal 1, de San Alfonso con Alameda, fundada en 1936. Dos años después abrió la 2 en Matucana con Alameda, justo frente a la Estación Central, que se destaca por ser la que abre más temprano de todas las sucursales, a las seis de la mañana. Hoy ya son 45 las que todos los días abren al alba en 13 comunas.

Hasta hace dos décadas, las vitrinas de las sucursales, que siempre daban a la vereda, eran decoradas a diario por las vendedoras con muñecos, globos y guirnaldas según la fecha que se aproximara: Día de la Madre, Fiestas Patrias, Navidad. En los escaparates se apilaban galletas surtidas, berlines y tortas de merengue o de novios y se esparcían calugas San Camilo. En otoño, algunas ingeniosas vendedoras barnizaban las hojas que caían de los árboles y las pegaban en la vitrina de su sucursales. En diciembre amontonaban los enormes panes de pascua de cuatro kilos sobre unos más pequeños y decoraban el conjunto con espigas de trigo o estrellitas navideñas.

La tradición del salón de té

Desde los albores de 1900 el legendario salón de té, en San Pablo con Matucana, ha sido una parada obligada para tomar café, chocolate, helados y las famosas onces y desayunos San Camilo. En un momento llegó a tener tres salones funcionando, pero hoy solo quedan el de la Central y el salón de té de Maipú.  En 1940 San Camilo abrió su tercera sucursal en Chacabuco con Alameda, la que hasta 2013 tuvo un todavía recordado salón de té, un oasis en medio del bullicio de las ferreterías, comercios, tranvías y micros. Tenía solo 12 mesas y todos los platos que se servían venían directamente de la cocina del salón de la casa central. Como la mayoría de los clientes eran trabajadores y obreros al paso que tenían su hora de almuerzo contada, lo más práctico era calentar los platos ya elaborados y hacer los sándwiches en el momento. A pocas cuadras funcionó también desde 1964 hasta 2004 la fuente de soda en su sucursal de García Reyes con Alameda. Margarita Morales (81), ex vendedora de la sucursal García Reyes, recuerda que se llenaba. “Yo le pedía permiso a mi jefa y me iba a lavarles loza a las chiquillas, pero montones, montones, porque era mucha la gente que llegaba. Era lindo, todos pidiendo copas de helado, disfrutando. Para el Día del Niño hacíamos fiesta y los chiquititos bailaban”, cuenta.

Las primeras sucursales en abrir

1936 Sucursal 1 (Alameda con San Alfonso)

1938 Sucursal 2 (Alameda con Matucana)

1940 Sucursal 3 (Alameda con Chacabuco)

1958 Sucursal 4 (Alameda con San Borja)

1961 Sucursal 5 (Brasil Con Huérfanos)

1962 Sucursal 6 (Exposición con Salvador Sanfuentes)

1964 Sucursal 7 (Alameda con García Reyes

“Había un mesón grande, todo de mármol, y estanterías maravillosas donde ordenábamos el pan según su tipo: los bollos, las colizas grandes y las medianas, los chocosos, las hallullas, las marraquetas, las lenguas, los pancitos chicos como el mendocino, bocados de dama y rositas”,

Yolanda Rivas (76),  ex encargada de la sucursal de Alameda con Matucana.

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“Cuando era supervisora de los salones de té, cuidaba mucho las porciones y pesaba el sándwich o los platos. Era importante dedicarse y poner lo justo, o que la temperatura fuera la adecuada y no te embarrara las papas fritas. Y eso va mucho en tener buenas personas trabajando y que les guste”,

 Elena Plaza (58), ex supervisora de los salones de té.
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“Mi madre me llevaba al salón de té de la Central, yo llevaba a mis hijos cuando eran niños y ahora llevamos a mis nietos. Comprábamos el pan de leche y nos íbamos corriendo al colegio en plaza Yungay. Y cómo no olvidar el pan de anís que siempre compraba mi mamá. ¡Era fanática!”.

Magnolia Salas, cliente frecuente.