

Hasta 1964 en la mayoría de las panaderías de Santiago el reparto se hacía en carretones tirados por caballos. Tras una ordenanza de la Intendencia, los equinos comenzaron a ser reemplazados por autos y furgonetas.
Desde los comienzos de San Camilo, en 1900, los caballos fueron parte fundamental de su historia: sin ellos el reparto no hubiese existido y sin el reparto el negocio no se sostenía. Existía un herrero, un talabartero, un recogedor de guano y un veterinario que se preocupaban de la cincuentena de animales, guardados en caballerizas a pocos metros de la fábrica. Recorrían el centro de Santiago, Barrancas e Independencia y se detenían en casas, cárceles, hospitales, hoteles, restaurantes, confiterías y salones de té de la época. Hasta el Palacio de La Moneda llegaban los despachos del “carretón centro”, con los canastos en el techo. Arriba iban uno o dos niños, llamados “suches”, que se bajaban corriendo, entregaban el pan y se volvían a subir, muchas veces con el carretón andando.
En la década de los 30 comenzaron a usarse las primeras burritas, unos antiguos Ford A que se acondicionaron para el reparto, pero rápidamente tuvieron que volver al sistema antiguo debido a la escasez de combustible en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. En las décadas posteriores el sistema se mantuvo mixto entre burritas y caballos, hasta que en 1964 la Intendencia Metropolitana prohibió las caballerizas y pesebreras en el radio urbano. Se hizo urgente modernizar el transporte y la panadería compró seis camionetas bencineras Ford Taunus alemanas. En los años 80 vino una nueva modernización y comenzó a circular un furgón utilitario Dahiatsu, el primer vehículo refrigerado para transportar productos de pastelería y helados.
“El carretón verde de San Camilo pasaba por mi barrio en la mañana y en la tarde y los vecinos gritábamos cuando estaban repartiendo. Yo siempre andaba con mis amigos en la calle y le avisaba a mi mamá para que comprara. Había muchos tipos de panes, como el chocosito, el monroy, las lengüitas para el completo o la coliza, que era muy famosa. En mi casa la partíamos y la comíamos con palta y fiambres. El pan dulce también era un clásico. ¡A todos nos gustaba! Todavía voy y compro brioches y mendocinos para mi señora”.
Hugo Torres (72),
cliente frecuente de San Camilo.
“Da una alegría ver terminado un pan, cocido, con su forma correcta y hasta lo encontramos bonito. Decimos que la marraqueta está linda cuando está perfecta, cuando está simétrica, con la textura correcta, con el tostado del cocido correcto. Y eso da satisfacción”.
Patricio Neicún,
panadero.